Recientemente, el departamento de Lengua Castellana y Literatura ha organizado el concurso anual de creación literaria, que en sus últimas ediciones se ha planteado en la modalidad de microrrelatos y estos han sido los alumnos premiados:
Primer premio (Categoría 1º y 2º ESO): Adrián Calimares Díaz (1º B)
Accésit (Categoría 1º y 2º ESO): Miguel Fernández-Guerra Sánchez (2º C)
Primer premio (Categoría 3º y 4º ESO): Ana Díaz Teijido (3º C)
Primer premio (Categoría 1º y 2º Bachillerato): Luis Santiago Pérez Martín (2º BCH)
Accésit (Categoría 1º y 2º Bachillerato): Javier Fernández Martínez (1º BCH)
Y estos son los textos premiados:
La crueldad de un sueño – Adrián Calimares Díaz, (1º B)
Recuerdo que era por mayo y que hacía mucho calor. Hacía tanto calor que mataría por tener un potente ventilador. Es más, lo hice. Cogí un cuchillo y mientras él estaba en el sofá disfrutando del ventilador, lo maté. Pero después de hacerlo, me dio tanta pena que se lo devolví, para que no pasase calor mientras estaba dormido para siempre.
Miguel Fernández-Guerra Sánchez, (2º C)
Recuerdo que era por mayo y hacía mucho calor. Era el cumpleaños de Juan, había invitado a muchas amigas al parque y estuvieron jugando todo el día. Cuando los padres fueron a buscarles, las niñas no estaban. Ellos se pusieron como locos. Llamaron a la policía, pero les contestó que muchas niñas pequeñas se habían derretido por el calor y que cuando volviese el invierno, volverían a existir.
La última comida – Ana Díaz Teijido, (3º C)
Recuerdo que era por mayo y hacía mucho calor. Hacía tanto calor que Johny y yo decidimos ir a comer a la terraza del bar. Pedimos dos cocacolas y dos perritos calientes. Cuando por fin nos las trajeron y nos disponíamos a comer, un hombre alto, con pinta de duro, fuerte, que vestía unos vaqueros, una camiseta blanca y una chupa de cuero, se acercó a nosotros y nos dijo: “¡Qué hacéis comiéndoos mi comida! ¡Dádmela!”. Nosotros nos negamos y el hombre nos dio un puñetazo en la boca a cada uno. Yo cogí lo primero que pude de la mesa y se lo clavé en el estómago. Su camiseta comenzó a ponerse cada vez más y más roja. ¿Qué había hecho? Los nervios habían podido conmigo y lo había hecho sin pensar en las consecuencias. Lo primero para mí era defenderme, no si la mancha de ketchup se quitaría.
Luis Santiago Pérez Martín, (2º BCH)
Durante toda mi vida me he dado de bruces con un espejo que, siempre, ha reflejado una imagen que ahora carecía de significado, como mi propia existencia.
Mi vida empezó en el campo. Me crié con una familia acogedora que cultivaba la tierra con amor y respeto por la naturaleza, compartiendo risas y lágrimas, alegrías y tristezas. En este tiempo fui feliz, con una vida pacífica, tranquila. Esta etapa tan cálida se terminó en el momento en que maduré y empecé a entender el mundo y el qué se esperaba de mí. Cuando llegó la hora, me marché sin mirar atrás pero con una gran pena en mi interior. Tras viajar a la ciudad y poder contemplar a aquellas personas tan acosadas por el tiempo y la publicidad que no podían ni pensar, el destino decidió llevarme a otro lugar, una casa más grande que la que tiempo atrás había visto y amado en mi juventud. Estaba feliz porque por fin iba a cumplir mi sueño, mi propósito para la vida. Pero no fue así. Los días pasaban y veía a mis colegas desaparecer uno a uno, y cuando me quise dar cuenta, ya era demasiado tarde. Estaba viejo, enfermo, y fui arrojado a la basura. Y aquí estoy, un pobre plátano condenado, que desperdició su amor, su sueño y, finalmente, su vida.
Javier Fernández Martínez, (1º BCH)
Recuerdo que era por mayo y hacía mucho calor. Hacía tanto calor que sentía que el sol estaba muy próximo a la Tierra e iba a explotar sobre nuestras cabezas. Hacía tanto calor que parecía el mismo infierno sumado a como si hubiese mil estufas alrededor de mi cuerpo. No pude aguantar más, era demasiado para mí, tuve que quitarme el abrigo y salir de la cama, y de paso, quitar la calefacción.